El conflicto entre la sección magisterial disidente y el gobierno por las diversas reformas que buscan “mover a México” abre una veta interesante para explorar con respecto a la democracia mexicana. Revela algo interesante sobre las marcos conceptuales de nociones como tolerancia, protesta, democracia e inclusive desobediencia civil de muchos mexicanos. Lamentablemente las diferentes posturas que se articulan en torno al debate denotan una falta de claridad en las reglas del juego democrático, o mejor dicho un entendimiento a conveniencia que nubla la discusión y nos mantiene enfocados en los problemas y soluciones equivocadas.
Desde el inicio de las movilizaciones las opiniones de los capitalinos comenzaron a delinear los conceptos. Los constantes bloqueos de la CNTE y el enfrentamiento entre la fuerza pública y quienes mantenían un campamento en el Zócalo para que pudieran tener lugar las celebraciones de la Independencia, proporcionaron el escenario propicio para que se desarrollaran expresiones como éstas. Más allá de lo absurdo que puede llegar a ser lo intolerante y las apologías del uso de la violencia, las ideas detrás de las opiniones son parte fundamental del juego democrático que todos aceptan jugar. Los unos quejándose de los estragos del tráfico y cierres ocasionados por “algunos cuantos”, los otros reconociendo en las consignas de la CNTE un reclamo legítimo o se unen a las manifestaciones o reconocen que están ejerciendo su derecho a expresarse libremente en democracia. Se habla en realidad de los limites al poder de la mayoría, de los parámetros del uso de la plaza y fuerza pública; del Estado de derecho democrático que ambas partes defienden, cada uno bajo su interpretación.
El libertario puede ver las fallas e incongruencias de ambas partes. Los unos incapaces de reconocer que en la democracia que tanto valoran las movilizaciones, ocupar la plaza pública e inclusive la resistencia civil pacífica son medios legítimos de reclamar “derechos”, y que el hecho de que sean pocos o “menos educados” no hace su reclamo más o menos legitimo; los otros que, por un lado, en la democracia las mayorías pueden terminar imponiendo legítimamente (según las leyes democráticas) las condiciones del juego a las minorías, y por el otro que no hay nada legítimo en el reclamo de alguien cuando lo que busca es quita recursos a unos para dársela a otros o a sí mismos.
También se puede percatar de lo absurdo de la celebración de los que aplaudieron el uso de la fuerza pública, no para defender propiedad privada, sino para vaciar una plaza pública que en (su) teoría pertenece a todos. Cuando algo es común y el único criterio es el de ocupación, no hay nada que celebrar cuando quitan a un grupo para que otro pueda hacer uso de él, aunque el segundo festeje y el primero proteste. El gobierno ganó en su estrategia de sacar a los incómodos y meter a los cómodos para hacer su fiesta de alabanza al Estado. No queda muy claro cómo eso beneficia a quienes sufren diariamente bloqueos y marchas, y que las seguirán sufriendo. Al parecer está atrapado en las dicotomías falsas de con el Estado de Derecho o en su contra, pero esa es otra historia.
Me parece difícil criticarlos desde un marco que no sea aquel de la definición de derechos humanos como derechos de propiedad y la crítica al juego democrático que esta conlleva. Quienes argumentan que la fuerza debe ser usada por un asunto de Estado de Derecho olvidan que en la desobediencia civil y las movilizaciones políticas son parte del juego que aceptan jugar. Por lo que no es posible hacer un caso fuerte a menos que supongan que ellos como individuos valen más que el profesor del CNTE. Alguien me dijo que no hay que reinventar la sociedad ni al Estado para correr maestros malos, pero creo que sí es necesario para comprender que los problemas que se generan son inherentes al sistema, y su solución se encuentra fuera de este; ¿cómo suenan ahora la posibilidad de calles y plazas de convivencia privadas? ¿o sociedades sin trabajadores del Estado?
Quién defiende esta postura en las discusiones en trono a las movilizaciones y los desalojos tiene todas las de crear enemistad a su alrededor. Discutirá con quienes defienden a la CNTE lo absurdo de la existencia misma del sindicato, o de todo el sistema de educación pública actual, y con sus detractores sobre lo hipócrita, arbitrario y autoritario de las justificaciones del uso de la fuerza pública, que distan mucho de aquellas relacionadas con la propiedad privada y los derechos humanos articulados a través de esta. Lo único que puede hacer es señalar cómo los problemas que les aquejan encuentran entrada por la puerta que ellos mismos quieren dejar abierta.