Siendo esta mi primera colaboración con el PanAm Post, permítanme extender un cordial saludo a todos los lectores, pues la oportunidad de compartir escritos con ustedes mediante esta vía es sin duda un honor y un placer para mí. A modo de presentación, consideré pertinente escribir una reflexión sobre mi país y mi región, que día tras día atraviesan retos considerables y que en ocasiones se pone en entretela la capacidad de ambas de salir adelante. Sin dudas, América Latina es una región conmocionada por la realidad que aqueja a muchos de sus países y Costa Rica, contrario a lo que muchos creen, está lejos de ser un paraíso.
Como presidente de una organización activista, vicepresidente de un think tank y miembro activo de un partido político, sería sin duda improbable esperar de mi total neutralidad e imparcialidad. Pero más allá de mis puntos de vista, sí soy de la opinión de que los lectores tienen derecho a recibir información confiable y veraz.
Aclarado ese punto, quisiera señalar que nuestra región sufre los resultados de políticas estatales que dejan mucho que desear; de caudillos presidenciales que con ideas excéntricas, populistas y caprichosas, nos han llevado a un presente preocupante y un futuro incierto.
La década pasada vio a muchos gobiernos “de derecha” cuyas ambiguas políticas económicas, escándalos de corrupción, abusos de autoridad o incluso la plena inconsecuencia entre la teoría y la práctica, empujaron a nuestra región a mirar con interés hacia “la izquierda”. Desde Miraflores y lejos de ser aislado, Chávez ganó aliados claves en la región… pero si algo nos ha demostrado la realidad de América Latina, sus índices macroeconómicos y el creciente descontento popular, es que si la región ya estaba enferma, ahora está peor.
Pero ya se estarán preguntando por qué titulé este escrito con el nombre de mi país si sólo he hablado de la región; esto es porque Costa Rica no es ajena a las influencias regionales. Costa Rica es un país que desde la década del 80’ vivió un importante crecimiento económico, alcanzando el descenso de la pobreza desde el 30% al 20% entre los años 1991 y 1994 gracias a reformas que algunos llamarían ‘neoliberales’ (término ambiguo sobre el cual no me explayaré en esta ocasión), pero que, luego de lograr un importante superávit fiscal en el 2007, recurrió al gasto público desenfrenado para combatir la crisis económica.
Logramos amalgamar el déficit fiscal más alto de la región en el 2011, y el pronosticado para cerrar este 2013 es equiparable con el de ese año. Ante el despilfarro fiscal la institucionalidad de nuestro país se ve amenazada, el gasto corriente se financia con deuda, nuestro seguro social se tambalea producto de las medidas gubernamentales que incrementaron de manera estrepitosa las plazas administrativas en la Caja Costarricense del Seguro Social. Y la del país disminuye, producto de los escándalos de corrupción y los intentos de subir impuestos.
Por lo tanto, actualmente Costa Rica tiene tres caminos. Por un lado, el del oficialismo, el del status quo que se sostiene por la estructura político-electoral de uno de los partidos más antiguos de nuestro país. Por otro lado, el camino que empieza apunta a la libertad económica, gracias a que en el país, el modelo de mercado se ha arraigado en las últimas décadas gracias a una inteligente campaña, atractiva y fresca. Y el tercer camino, que empieza a tomar cierta fuerza como opción, es el propio de la izquierda latinoamericana, el que busca “más Estado” y revertir el proceso de liberalización económica que se comenzó en décadas pasadas.
Las elecciones tendrán lugar el próximo 2 de febrero. Por esto, muchos latinoamericanos han de observar Costa Rica como un pequeño campo de batalla de las ideas. A pesar de poseer tan solo 51 mil kilómetros cuadrados del total de la región, y estar habitada por poco más de 4 millones de habitantes; su futuro puede ser muy vinculante para el futuro de América Latina.