A menudo se escuchan acusaciones referidas a que el pensamiento liberal “vive en la Guerra Fría”. Es decir, se busca descalificar los argumentos liberales como si fueran una moda que ya pasó. Entonces, creo oportuno aclarar algunas posturas sobre la visión liberal que muchos, a la hora de debatir, eligen deliberadamente desconocer.
La mencionada acusación generalmente surge por esa tendencia que tenemos los liberales de tratar todo lo que no es liberal de comunista. Si, hagamos un mea culpa: Chávez, Kirchner y Correa son para nosotros versiones nuevas de comunismo, pero también lo son Obama, Hollande, Bachelet y Putin. Reconozcamos que somos un poco extremistas al respecto.
Para aquel que reconoce esta conducta en sus amistades liberales, entienda que nosotros vemos el mundo de una forma un poco distinta. En general, estamos de acuerdo con esa postura expuesta por Hayek en Camino de Servidumbre (1944) según la cual, los regímenes colectivistas se dirigen todos hacia el mismo estado totalitario, sea de izquierda o de derecha. Entonces, poco importa que estos regímenes se declaren herederos de Marx o de Nietzsche: al final del camino, solo buscan aumentar las competencias del Estado, y progresivamente nos coartan la libertad.
Habiendo mencionado justamente el tema izquierda-derecha, vale la pena aclarar que los liberales tenemos una caprichosa tendencia a sentirnos extraños a esta dicotomía. Analicémosla un poco: si bien izquierda y derecha son términos que en el mundo político tienen mucha aceptación, originalmente nacen como sinónimos de revolucionario y conservador, respectivamente. Y éstas son concepciones absolutamente relativas de acuerdo al contexto. Por ejemplo, un liberal en Argentina – definámoslo como una persona que busca reducir la esfera de poder estatal en todos los aspectos de la vida del individuo – podría ser considerado de izquierda desde que busca instaurar un orden que nunca llegó a existir en ese país, mientras en Estados Unidos podría ser un conservador, de derecha, desde que intenta conservar el orden liberal que fundó a esa Nación. Muchos no estarán de acuerdo con esta definición, pero eso no hace más que confirmar la volatilidad de las mismas (y de la gran mayoría de las que conforman el campo de las Ciencias Sociales).
El gobierno de Estados Unidos es otro punto de controversia. A menudo nos encontramos con un “argumento” anti-liberal del estilo: “Pero sabes que el gobierno yankee cobra muchísimos impuestos a su población, ¿no?”, como si el gobierno yankee fuera el liberalismo personificado. El no-liberal piensa que porque uno es anti-comunista (entre otros “anti”) es automáticamente partidario de todos los gobiernos yankees, sean demócratas o republicanos… y no, absolutamente. El amplio abanico de ideas que representa el liberalismo no admite que uno automáticamente se transforme en un agente anti-comunista de la CIA solo por considerarse liberal. Hay para todos los gustos y, sobre todo para aquellos que estamos más alejados de apoyar un gobierno o la existencia del Estado per se, el gobierno de Estados Unidos es… justamente eso, un gobierno. ¿Cómo vamos a apoyar un Estado en particular, si tanto criticamos este tipo de organización?
Podemos reconocer, sí, que en muchos Estados se respetan más las libertades que en otros. Claramente, si a mi me dan a elegir entre vivir en Estados Unidos o en Venezuela, elijo al primero (al igual que muchos otros militantes de izquierda, a menos que me esté equivocando y el número de migraciones con destino a Corea del Norte esté en aumento). Ver los grises es una posición más práctica, porque claramente con el negro o el blanco es difícil generar cambios hoy en día.
Hace veinticuatro años, un 9 de noviembre de 1989, comenzaba a caer el muro de Berlín. El muro fue uno de los hechos más vergonzosos de nuestra historia actual: la representación de la creencia de que podemos dirigir la vida de las personas, decidir por ellas hasta las últimas consecuencias. Hemos ganado una batalla, demostrando que esas concepciones no son solo inviables económicamente por atentar contra la naturaleza humana, sino inconcebibles desde el punto de vista moral, pues cada persona es dueña de su destino.
Ser liberal, entonces, no significa vivir en la Guerra Fría. Ser liberal tiene que que ver con la demostrada inviabilidad económica de la planificación y con la inmoralidad de pretender que un grupo de personas posea la autoridad necesaria para dirigir la vida de otros. Y tiene que ver también con todas aquellas vidas, que los experimentos colectivistas sacrificaron y siguen sacrificando en pos de sus fines superiores, muertes de las que los líderes de estas «Revoluciones» saben desligarse hábilmente. Ser liberal significa alzarse contra toda forma de esclavitud, las viejas y las nuevas. Significa luchar para evitar que todas los intentos por dominar la vida de las personas – comunistas o no – no prosperen.