Cuba, un paraíso congelado en el tiempo. Sus calles derruidas y olvidadas muestran los estragos que un sistema de socialización de la riqueza ha causado con el correr de los años. Riqueza que hasta el año 1959, existió, creada por sacrificados hombres que entendían que el trabajo es la mejor manera de generarla, y a partir de ahí liberarse de las ataduras que la pobreza trae consigo.
Entendamos que la pobreza es una característica innata en la humanidad. Todos nacemos desnudos y pobres, y es a partir de lo que aprendemos – sea esto carpintería, docencia, o cualquiera de las innumerables profesiones u oficios que Dios nos ha otorgado – como logramos progresar.
Hace algunos meses tuve el honor de estar en este país de guerreros de pie, personas que todos los días se levantan con la esperanza de alcanzar ese bocado de comida que les otorga el Estado. Todos los días son una aventura, todos los días tienen la esperanza de que aparezca un turista y les permita obtener algo de dinero extranjero. El dinero extranjero es lo más sólido que los cubanos pueden conseguir dentro de la isla, puesto que las dos monedas de curso forzoso que se mantienen no son más que cubos de hielo que en el preciso instante en que cada cubano recibe uno, empieza a descongelarse. Es un poco complicado tratar de explicar la “maravilla” económica que ha significado tener dos monedas: un peso cubano nacional que está devaluado veintiséis veces y media respecto al dólar estadounidense y un peso cubano convertible que está atado en una relación uno a uno respecto al mismo dólar estadounidense.
Para hacer más clara la situación, la ejemplificaremos: en promedio, el sueldo de un trabajador cubano ronda los doscientos pesos cubanos nacionales (CUP), una moneda devaluada aproximadamente USD 7,5 por mes, al momento de escribir esta reseña,. Este valor cambia en función de la profesión: en el mejor de los casos, un médico con muchos años de estudio y vínculos en el mercado laboral, podría llegar a ganar aproximadamente 700 CUP al mes, o sea USD 26,41 al mes.
El problema de tener CUP es que, literalmente, comienza a perder valor en el momento en que la persona los recibe. Así pues, la moneda de curso corriente es el peso cubano convertible (CUC); casi todos los alimentos elaborados son comercializados en CUC. Por este motivo, los ciudadanos cubanos deben correr a las casas de cambio (CADECAS), regenteadas por el gobierno, para deshacerse de esa moneda que no tiene ningún valor.
Como es lógico, las casas de cambio permanecen abarrotadas de personas que, sin importar las horas que deban pasar en ese lugar, cambian de inmediato los doscientos o setecientos CUP que han recibido de paga, a CUCs, que en pocas palabras son dólares, solo que el gobierno no desea que sea el dólar la moneda de circulación general. Probablemente, por considerarla una moneda del imperio yanqui, “explotador y sin alma”.
A la hora de realizar las compras, los cubanos asisten a las poquísimas tiendas de abastos existentes, las cuales muy sabiamente señalan todos sus precios en CUC, de manera que al finalizar las compras, no queda mucho del dinero ganado durante el mes.
Recuerdo que precisamente, durante mi viaje, un familiar olvidó llevar pasta de dientes, y al momento de comprarla encontramos que Colgate era un nombre utópico en la Habana. De manera que compramos una pasta de producción nacional, con el exorbitante precio de CUC 3,75, es decir, comprar una pasta de dientes de una calidad no tan buena representaba el 49,73% del sueldo mensual; un verdadero lujo, para cualquier cubano. Y si consideramos a aquel cubano que gana alrededor de USD 27, representaba el 13,00% de su sueldo.
No busco juzgar el sistema monetario en Cuba. Cada país soluciona sus problemas con la opción más conveniente. Pero si algo está claro, es que el control monetario da información errónea a los individuos.
Un cubano jamás puede ahorrar, pues su necesidad más inmediata es la comida, y cuando mucho la vestimenta. Aún recuerdo con mucha nostalgia aquella encuentro con Don Samuel (nombre protegido), en la ciudad de Cienfuegos. Me contaba que su frustración constante era saber que a pesar de haber trabajado más de veinticinco años y haberle otorgado muchas glorias al país, su pensión de jubilación equivalía a USD 5 por mes. Una verdadera miseria.
Fue doloroso también notar que para Samuel, la única manera de escapar de esa paupérrima situación era embriagarse. Aún recuerdo su olor a alcohol barato, mientras conversábamos en el balcón de su casa. Tenía un ansioso deseo de saber cuánto me habían costado mis zapatillas, copia de crocs, de origen colombiano. Cuando le conté que me habían costado USD 21, me respondió que él no podría pagarlas puesto que con su miserable pensión apenas podía subsistir.
Fue más increíble descubrir que, en sus 50 años de vida, Samuel nunca había olido un incienso. Cuando le regalé una caja que llevé para mi viaje, quedó extasiado y aplacó su pena durante ese día. Tuve toda la intención de regalarle mis zapatillas, pero eran las únicas que tenía en esa ocasión.
¡Ay Samuel, espero sigas viviendo – o mejor dicho, sobreviviendo – en Cienfuegos! Agradezco tus atenciones y siempre te tendré en mis recuerdos de amistades gratas y sinceras.
A modo de conclusión y agradecimiento por la cordialidad, quisiera enviar un saludo y bendiciones a todos esos guerreros de pie, que día a día luchan para sobrevivir en esa realidad. Recuerdo la frecuente confusión que mi tez y acento causaba a cada cubano (creían que fuese mexicano). Recuerdo también a los cubanos que luchaban vendiendo pasteles rellenos de mermelada de guayaba o “hamburguesas nacionales” – eufemismo para las hamburguesas de carne de cerdo, ya que la carne vacuna está prohibida porque pertenece al Estado cubano. Realidades afectadas sobremanera por un sistema que trastoca profundamente las decisiones de los individuos, que distorsiona la información que reciben los agentes económicos.
¡Por siempre Libres!