En nuestros días, ejercer de venezolano en el exterior puede convertirse en una amarga experiencia. Experiencia que comienza en nuestro propio aeropuerto, en la Oficina de Migraciones, con el escrutinio de la Guardia Nacional Bolivariana sobre cuál es el destino del viajero – sobre todo aquellos que se dirigen a Perú y Ecuador.
Todo aquello resultaba irónico porque sabíamos que no se trataba de un repentino interés de los venezolanos por conocer Machu Pichu y la Mitad del Mundo. Pero mientras a esos viajeros la Comisión de Administración de Divisas (CADIVI) les permitía la compra de moneda extranjera para hacer turismo de “plástico”, yo me dirigía a mi congreso en Bogotá sin ningún financiamiento oficial (léase CADIVI o la Universidad), debido a que mi área no es prioritaria para el país. Además, más vale tener contenta a la clase media que a una profesora universitaria con salario devaluado.
Al llegar a Bogotá de inmediato sufrí la compasión por ser identificada como venezolana en la casa de cambio, donde me dijeron que nuestra moneda no valía absolutamente nada. Por no mencionar los comentarios o preguntas sobre nuestras penurias cotidianas, a la caza de papel higiénico o alimentos. La ironía de toparme con una sucursal de Farmatodo (seguramente muy bien surtida) no generó ningún interés de mi parte en visitarla, ¿para qué la tortura?
Me bastó con observar cómo en la Universidad de Los Andes, sede del congreso al que asistí, no solo los baños públicos se encontraban en un óptimo estado, también el resto de las instalaciones y la seguridad. Tuve la oportunidad de conocer la Universidad Nacional de Colombia, que si bien mantiene la estética propia de las universidades públicas, con su respectiva Plaza del Ché y las consignas alusivas a la Guerrilla y a la Revolución Bolivariana, no deja de tener una infraestructura envidiable comparada con sus homólogas venezolanas.
El primer día del Congreso transcurrió entre el registro y la búsqueda de las sesiones más interesantes, así como la coincidencia con colegas venezolanos participantes. Asistimos a la Conferencia Central sobre el Clientelismo Electoral, con claras referencias hacia los casos Latinoamericanos. Unos días antes había recibido la ponencia de un brasileño que participaría en el panel sobre los Debates teóricos en América Latina: Venezuela, Ecuador, Bolivia. No leo portugués, pero por el resumen, anticipaba que iban a ser contrastantes las visiones que se expondrían y que debería darse un debate.
Como ocurre en congresos muy amplios, la participación en el panel fue reducida, y solo acudimos dos de los tres ponentes. En el auditorio se encontraban venezolanos (estudiantes de pregrado), brasileños y colombianos. El ponente brasileño abrió el panel, pues yo tenía el rol de comentarista. Su planteo central era sobre la necesidad de los gobiernos de Venezuela, Ecuador y Bolivia de refundar las tradiciones ideológicas del bolivarianismo y el buen vivir. Según su tesis, para rescatar la Revolución Bolivariana, Maduro debía tomar distancia del discurso sobre el socialismo y rescatar el “auténtico bolivarianismo fundacional”. Por mi parte, decidí realizar una sola presentación uniendo las dos ponencias que había realizado, dado que la idea central en ambas era el desarrollo histórico del proceso de democratización venezolano. Realicé ese planteo central para luego concretar el aporte de cada ponencia: Democracia en transición y Déficit democrático. Una vez finalizada mi intervención, comenzó lo bueno.
Un brasileño que se identificó como “Investigador” de un Instituto adscrito al Gobierno venezolano (que desconozco, porque era primera vez que lo escuchaba mencionar) expresó su desacuerdo con mi planteo, aclarando que solamente vivió en Venezuela durante cinco meses, pero que dudaba que mi afirmación sobre los poderes públicos controlados por el Gobierno en su totalidad fuese cierta. Incluso me comparó con Margarita López Maya (participante en el congreso), al decir que tanto ella como yo manejábamos el mismo discurso sobre el “supuesto control del Estado por parte del Gobierno”.
Por su parte, el expositor brasileño no ocultaba su desagrado hacia mi ponencia, criticando abiertamente el hecho de que yo había señalado a Freedom House como fuente para los indicadores de democratización, repitiéndome frenéticamente que eso estaba asociado a la “democracia liberal”. Hubo un momento en que ambos brasileños hacían referencia a la revolución bolivariana como la culminación de una lucha latinoamericana que era representativa de todos los pueblos, a lo que yo les recordaba que en Venezuela solo tenían el respaldo de la mitad de la población, haciendo que el ponente brasileño repitiera insistentemente: 49%.
En medio de esta especie de “grill”, un colombiano que se identifica como estudioso del chavismo, felicita al ponente brasileño por su extraordinaria presentación. A continuación, me recomienda con tono condescendiente ser menos sesgada y más académica para que no se me presente esa situación de confrontación, y se permitió sugerirme que utilizara bases teóricas (seguramente Guillermo O’Donnell; Steven Levitsky y Lucan Way o Fareed Zakaria no son referencias teóricas para él). Para finalizar, una colombiana que se identificó como chavista reclamó airadamente que no había nada de positivo en mi trabajo, que no podía ser tan sesgada “porque esa visión los dejaba a ellos [el chavismo] por fuera”.
Está claro que no esperaban un debate, porque no hubo oportunidad para responder a sus reclamos; el primero en abandonar el salón fue el “investigador” brasileño [asalariado del gobierno venezolano] que se excusó por tener que tomar su vuelo de regreso a Brasil; seguidamente el Ponente brasileño abandonó el sitio muy molesto, dejando claro que el chavismo continental además de muy mal educado, no tiene aspiraciones de ser discutido. Y ese ha sido el rasgo característico del chavismo criollo y globalizado: la negación del otro, el desprecio por el que piensa distinto y la violencia hacia quien se atreve a cuestionar y objetar las verdades que pretenden ser asumidas como dogmas, imponiéndolas a quienes las rechazan.
Para el chavismo, debatir equivale a un monólogo. En cualquier espacio, pero con más ahínco en el académico, el chavismo se presenta despojado de toda noción de la existencia de visiones opuestas porque las niega. Cuando uno escucha a estos representantes del chavismo globalizado, de acuerdo con su percepción, la revolución chavista es lo más parecido al nirvana de la izquierda mundial, y además es compartido por todo, con la excepción de los mercenarios del capitalismo mundial, que además son traidores apátridas.
En el chavismo no hay espacio para aquel que piensa diferente, no hay forma de contemplar visiones distintas. La respuesta automática es la descalificación como “agente del imperio” y “golpista“. Ese contexto se extiende fuera del país y se presenta con acritud porque los extranjeros que defienden a la Revolución Bolivariana lo hacen la mayoría de las veces, inmersos en un profundo desconocimiento de lo que verdaderamente ocurre en el país, no solamente porque no viven nuestra cotidianeidad, sino por el sesgo político de los medios al servicio del Gobierno que niega lo que se vive en la otra acera, aquella por donde transita esa otra mitad del país que rechaza los avances de un régimen que desconoce los más elementales derechos del individuo, y que -con ayuda de otros- se niega a reconocer su existencia.
El daño que el chavismo le ha hecho a Venezuela supera cualquier cálculo en términos materiales, porque es mucho mayor la fractura de su tejido social, la descomposición, la pérdida de valores y la anomia que ya se vive. Eso supera los recursos desperdiciados o sustraídos. Eso representa el país que perdimos, y que ojalá algún día podamos reconstruir.