El Presidente interino de Venezuela, Nicolás Maduro, en su afán de mantener vigente en la mente de los ciudadanos la imagen del “comandante eterno” Hugo Chávez, va asimilando cada día un poco más los gestos, el verbo y hasta en la manera de expresarse del desaparecido autor de la Revolución Bolivariana. Eso sí, con un marcado acento proveniente de “la isla de la felicidad.”
Con ese bagaje, también ha profundizado en el uso de la mentira y la acusación sin pruebas para descalificar y embarrar a quienes no comulgan con las ideas, la actuación o los resultados de la gestión oficialista. Ahora su blanco son los medios de comunicación.
Al verse obligado a enfrentar la corrupción rampante que azota a todos los niveles de la sociedad venezolana, o por lo menos fingir encararlos, a Maduro se le ha ocurrido declarar que los medios de comunicación son los culpables de no informar sobre los avances y los aciertos del gobierno y, por ende, desinformar sobre la corrupción.
Ya no es secreto para nadie que los avances aludidos en el idioma oficialista son realmente retrocesos en simple castellano, pero anunciar que los medios de comunicación tienen la responsabilidad de que no se conozcan los grandes aciertos del gobierno no es otra cosa que una grosería.
Venezuela es un país en que una inmensa mayoría de los componentes de comunicación social son directamente propiedad del gobierno y de personas vinculadas a él, o son privados y cuentan con una estricta vigilancia para asegurar que no desvíen sus energías fuera de la línea trazada por los gobernantes.
Entonces, ¿cómo puede sugerir el gobierno que los medios tienen la culpa de lo que sucede en el país?
Con la misma irresponsabilidad con la que han conducido los asuntos económicos, los gobernantes encaran también lo político y lo social: con cinismo, alto nerviosismo y grandes expectativas de que la chequera nacional tenga con que resolverle nuevamente la coyuntura política al gobierno.
Se vive una tensa calma antes de la tormenta en Venezuela.
La verdad se está revelando.