La semana pasada, algunos celebraron, en Cuba, los 60 años de la “revolución” y, en Venezuela, el natalicio del fallecido líder del Socialismo del Siglo XXI, Hugo Chávez Frías. Pero, ¿qué había para celebrar? Ninguno de los dos países se puede considerar desarrollado. Por el contrario, desde la implementación de sus modelos “revolucionarios”, en ambos se han reducido de manera creciente las libertades económicas, así como las individuales y las políticas. Entonces, repito, ¿qué había para celebrar?
¿Acaso será la supuesta exaltación de la “dignidad nacional”? Si ésta fuera la causa, tendríamos que recordarle a los seguidores de estos regímenes que la dignidad es un atributo del individuo, que parte de su libertad y de su capacidad de decisión, y que, por lo tanto, no tiene sentido cuando se le atribuye a un colectivo, así éste sea la “sociedad”. No obstante, tal vez lo que pretenden afirmar los seguidores con esta expresión es la autonomía de estos gobiernos en el ámbito internacional. Si es así, ¿no podrían haberla alcanzado sin necesidad de la reducción de la libertad en todos los ámbitos? Además, ¿autonomía frente a qué? ¿Para qué? Si se plantea la necesidad de ser autónomos frente a los Estados Unidos, por ejemplo, habría que celebrar los casos de Chile o de México, más que los de países que, uno, sigue destinando la mayoría de sus exportaciones de petróleo al país del norte y el otro debe la supervivencia de su liderazgo al anti-americanismo que ha estimulado desde su llegada al poder en 1959.
Si la supuesta dignidad nacional no puede ser causa de celebración, ¿no serán sus logros “sociales”? Algunos afirman que la reducción de la desigualdad es uno de ellos. Pero, esta visión tiene varios problemas. Primero, ¿cómo saber el nivel real de desigualdad de países que se caracterizan por una inexistente independencia de las organizaciones públicas, incluidas las de medición y estadísticas? Segundo, incluso si se pudiera hablar de una mayor igualdad social, ésta se da en la pobreza, en la escasez, en problemas de inflación. Tercero, la igualdad en pobreza es para los ciudadanos del promedio, pero sus líderes y amigos, los Castro, los Chávez o los boliburgueses, no son ni iguales a los demás, ni pobres. Cuarto, no esto último, sino la evolución de cualquier sociedad en el mundo demuestran que la igualdad es imposible de alcanzar en condiciones iniciales o en resultados, pero sí puede serlo en la relación del individuo frente al Estado, frente a la ley. No obstante, ninguno de los modelos celebrados cuenta con estas características. ¿De cuál igualdad hablan?
Si los “logros” son los de educación y salud. ¿Qué se celebra? ¿La cobertura casi universal de ambos servicios, con bajos niveles de calidad? ¿La transmisión de conocimientos poco útiles para la creación de riqueza? ¿La manipulación de los hechos para la perpetuación del régimen? ¿La prestación de servicios de salud sin poder pensar en beneficiarlos de la tecnología de punta, de la existencia de medicamentos de alta calidad o de procedimientos que más necesitan sus ciudadanos? ¿Unos servicios de salud que, cuando Fidel Castro estuvo enfermo, prefirió adelantar su tratamiento en España y cuando lo estuvo Chávez, lo hizo en Cuba? Con el agravante que el primero está vivo, mientras que el segundo no pudo superar su enfermedad…
Si son los logros sociales los que deben celebrarse, entonces, los homenajeados tendrían que ser los países nórdicos, Australia o Nueva Zelanda, países que, sin abandonar el capitalismo, la libertad económica, las libertades individuales o políticas, han alcanzado de manera mucho más efectiva tasas menores de desigualdad, así como cobertura y calidad de educación o de salud.
Pero, bueno, debe haber algo para celebrar. ¿No será que, en el futuro, cumplirán sus promesas? ¿Eso es lo que se debe celebrar? Pues bien, malas noticias. Modelos semejantes, en la historia del mundo, comenzando por la Unión Soviética, la China de Mao Zedong o Camboya a mediados de los años 70, han demostrado que las promesas se quedan, siempre, en eso. Pero, además, después de 60 años de fracasos, ¿cómo se puede seguir esperando que el régimen cubano cumpla sus promesas? Si tenemos en cuenta que el venezolano está basado en el cubano, pues bien, tampoco hay nada para celebrar en este aspecto.
¿No será, entonces, que se puede celebrar que, a pesar de todo, estos regímenes han persistido en el tiempo? Pues no sé si esto sea para celebrar, a menos que los que celebren sean aquéllos que se han enriquecido a costa del régimen. No sé, tampoco, si sea para celebrar que la sobrevivencia se deba, primero, al fortalecimiento del aparato militar que se utiliza para defender al régimen en contra de los ciudadanos. Segundo, a la consecuente persecución de la oposición. Tercero, a la generación de privilegios para unos grupos específicos. Cuarto, a la generación de un discurso que niega, manipula y distorsiona la realidad. Ya sea la escasez de bienes, los problemas de producción o la protesta social, todos son fenómenos ignorados, negados o distorsionados por los regímenes cubano y venezolano.
Si no hay nada para celebrar, ¿qué celebraron? Infortunadamente, los eventos de la semana pasada demuestran que América Latina es una región en la que siguen existiendo fenómenos de culto a la personalidad, al mejor – y lamentable – estilo de la ex Unión Soviética. Lo que se celebró fue la llegada al poder de los hermanos Castro y de Hugo Chávez. Lo que se celebró fue la personalización del poder; la extracción de la riqueza, generada por todos, para el aprovechamiento de unos pocos. Lo que se celebró, en últimas, es cuán lejos están algunos países latinoamericanos del desarrollo; de la libertad. En lo que se celebró, sin embargo, no hay nada para celebrar, sino para sentir vergüenza.