Cuando Tabaré Vázquez asumió la presidencia de Uruguay el 1 de marzo de 2005, su primera resolución de gobierno fue, el restablecer las relaciones diplomáticas con la tiranía de Cuba. Estas habían sido rotas, porque el gobierno uruguayo de aquel entonces, había auspiciado una iniciativa para que un relator de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU pudiera visitar la Isla con el fin de comprobar in situ, si allí se los viola o no. Fidel Castro reaccionó insultando al presidente saliente de aquel momento, que era, Jorge Batlle.
El hecho en sí, llamó la atención. La premura en hacerlo, también. Son muchos los que se preguntan, ¿cómo es posible que un presidente elegido democráticamente y que se erige a sí mismo en “paladín” de los derechos humanos, invite a su acto de posesión de mando a quienes sojuzgan a sus compatriotas? Más aún, ¿cómo explicar que esos tiranos sean ovacionados, como sucede con cierta frecuencia por estos lares?
Hace un tiempo fue publicado el libro “Koba [Stalin] el Temible: La risa y los veinte millones”, del escritor inglés Martín Amis. En esa obra el autor pretende indagar, a través de la comparación de los regímenes nazi y soviético, las causas que hacen que uno suscite espontáneamente la furia mientras que el otro, la carcajada cómplice.
A Karl Marx se le suele definir como economista, filósofo y sociólogo. La realidad es que, ante todo, fue el fundador de una religión. Sustituyó lo “sobrenatural” por elementos económicos y análisis sociológicos e históricos, a los cuales etiquetó de “científicos”. En un gran caldero mezcló esos “ingredientes”, que sazonó con abundantes emociones. Principalmente aquellas que los hombres más se preocupan por ocultar.
Sólo así se explica la adhesión fervorosa que el comunismo despierta en sus adherentes. A éstos no les interesa la evidencia racional ni las consecuencias prácticas. Porque no hay que ser muy perspicaz para “descubrir”, el auténtico trasfondo de ese pensamiento. Ya que sin ningún pudor Marx argumenta que el hombre será realmente “libre”, tras pasar por un período (impreciso) de dictadura.
Según esa tesis, la “tiranía” es la única capaz de hacer al hombre “feliz”, logrando el “paraíso” sobre la tierra; de crear un “mundo nuevo” donde todos seremos “iguales”, porque unánimemente seremos “esclavos”. Obviamente que, como señaló George Orwell, algunos seremos más iguales que otros.
La argumentación marxista es explícita. Por eso cuesta tanto entender, la tolerancia con que el grueso de la intelectualidad occidental aceptó (y hasta justificó) los crímenes cometidos por el régimen soviético. Asimismo, la condescendencia con que actualmente tratan a sus vástagos.
Mientras que Auschwitz es lugar de peregrinaje y se realizan ceremonias oficiales para que el horror nazi no quede en el olvido, pocos han oído hablar de los “gulags”, los campos de extermino soviéticos. Hasta en los textos escolares vemos fotos de los famélicos prisioneros de los nazis. Sin embargo, nunca nos hemos encontrado con una que muestre a las familias campesinas, los “kulaks”, donde todos sus miembros (niños, mujeres, hombres, ancianos…) murieron de inanición durante el período de la colectivización forzada (1929-1933) ordenada por Stalin. Incluso se sabe, que esas personas no murieron por “falta de alimentos” en la región, sino que su exterminio fue premeditado. Fue un arma política utilizada por la élite comunista gobernante, ya que los “kulaks” eran considerados los “enemigos de clase”.
¿Por qué se repudia –y con justicia- a las dictaduras consideradas de derecha, y en cambio a las de izquierda, se las rodea de un halo de romanticismo? ¿Por qué no es “moneda corriente” el saber, que hasta los niños podían ser juzgados como enemigos de la Revolución Bolchevique y que, si se los condenaba a muerte, se esperaba a que cumpliesen los 12 años para ejecutarlos? Realidad que en gran medida, continúa en los regímenes comunistas actuales.
Lo que más asusta es que son muchos los que tratan de explicar los abusos como una “desviación”, pero que la idea es buena. ¿Cuántas muertes más han de producirse para que finalmente la práctica se “enderece”? El sistema soviético costó la vida de 20 millones de rusos. Según “El libro negro del comunismo”, ese sistema ya “cobró” más de 100 millones de muertos en el mundo entero. Y la cifra sigue aumentando. Latinoamérica, con su “cuota”, contribuye a engrosar el número.
Amis no encuentra justificación para tanta complacencia. Menos aún, que se fundamente en sentimientos “humanistas”. Nosotros tampoco.
El artículo se encuentra publicado en el muro de Facebook de Hana Fisher.