La semana pasada llegó leche a un supermercado en Caracas. La gente ya lo sabía, pues la cola para adquirir una lata por persona empezó a formarse desde horas antes. El nivel de ansiedad crecía a medida que crecía la fila de gente que estaba dispuesta a perder su tarde ahí. “¡No me empuje, señor!”, “Yo no la estoy empujando, señora, ¿qué le pasa?”, “¡Tú te estás colando, mija!”, “No, yo estaba aquí pero fui a ver si conseguía papel higiénico y ella me estaba guardando el puesto, ¿verdad que tú me lo estabas guardando?”, “Será… pero todos sabemos que papel higiénico NO HAY, así que no sé para qué te molestas en buscarlo”.
Y mientras esto sucedía, alguien tuvo la muy inteligente idea de poner gaitas a todo volumen, lo que provocó que todos los que protestaban y discutían se pusieran a bailar y cambiaran su ansiedad por risas.
¿Cuántos de esos que bailaban al son de la gaita en la fila esperando que llegara la leche se preguntarían si es lógico que esa situación ocurra en un país petrolero? Porque el problema no es la falta de champagne, jamón de jabugo o caviar – de hecho, de eso sí hay pues Cadivi autorizó dólares hasta para el whisky. ¡Falta leche, harina de maíz y de trigo, papel higiénico, azúcar, pasta dental!
¿Cuántos de esos que bailaban al son de la gaita en la fila esperando que llegara la leche se preguntarían el grado de responsabilidad que tiene el gobierno en esta situación de escasez, que no ha podido solventar ni siquiera a tan solo un mes de las elecciones regionales? Hay que ser bien inepto para no llenar las estanterías de productos, como hacen todos los gobiernos populistas, al menos un mes antes de las elecciones.
Recordemos que el referendo constitucional que ganó la oposición se desarrolló en un marco de escasez, que aún así no se compara a la que padecemos hoy. Sobre todo, existe ese abismo entre el dólar oficial y el dólar innombrable, que aunque no se nombre existe y es consecuencia directa del control de cambios, la corrupción y otras pésimas políticas económicas.
¿Cuántos de esos que bailaban al son de la gaita en la fila esperando que llegara la leche se preguntarían hasta cuándo seguiremos aceptando como normales las cosas que no lo son y acostumbrándonos a ellas? No, eso nadie se lo pregunta, porque si se lo preguntaran estarían protestando indignados y no bailando.
Para completar el cuadro, Nicolás Maduro tiene el tupé de anunciar la creación del “Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo”, sea lo que sea que ese nombre signifique. Yo detesto ir al supermercado en condiciones normales, por lo que no puedo decirles la tortura que constituye ahora peregrinar de un sitio a otro buscando productos de la canasta básica. Para mí, la “suprema felicidad” hoy en día sería encontrar todo lo que necesito en el mismo lugar. O que el gobierno le pague a alguien que haga mercado por mí y vaya contento a siete establecimientos para encontrar tres cosas… ¿Será que desde el Viceministerio me pueden mandar a alguien que vaya a hacer las colas que yo no quiero hacer? ¿O es que se ocupan solo de la “felicidad” de algunos y yo no estoy incluida?
Volviendo al tema de la gente que hacía cola en el supermercado donde traerían la leche, se escucharon algunos comentarios jocosos: “Típico venezolano”, “Somos un pueblo alegre”. Pero no… “eso” será típico, pero “eso” no es ser un pueblo alegre. “Eso” es ser un pueblo irresponsable, conformista y con la autoestima por el piso. “No tenemos remedio”, dijo alguien, pues pareciera que efectivamente no. Recordé la canción de Billo: “Bolero o disco, o cumbia o salsa/El merengue, el rock and roll/Son ritmos que todos bailan/Es música pa’cantar, es música pa’bailar/Es música pa’gozar, vamos a seguir bailando/Sigan bailando…/Sigan bailando…”
Sí señor: sigan bailando. Dicen, como si fuera algo extraño, que los músicos del Titanic tocaban mientras el trasatlántico sucumbía. No debería extrañarnos: por lo visto, nosotros bailaremos hasta que nuestro barco termine de hundirse.
El artículo original se encuentra en la página del El Universal.