No me sorprende — pero sigue irritándome — la facilidad con que en Venezuela, de igual manera como se endiosa a los bellacos, se lanza al infierno a los adalides. En política ha sido una constante a lo largo de nuestra historia. Y en los últimos años, con el clima de confrontación cada vez mayor, no ha hecho sino empeorar. Porque ya no sucede solamente entre adversarios, sino entre personas que en apariencia se encuentran en la misma acera.
Me cuentan que la reunión en Baruta para discutir la complicada situación que está planteada en ese municipio fue de todo menos solidaria. Nadie quería ni siquiera escuchar pronunciar el nombre de David Uzcátegui. No niego que tienen un punto cuando dicen que el gobierno lo que está es buscando jalarle la alfombra al candidato, y ciertamente él tiene que pasearse por esa probabilidad cuasi certeza, pero lo cortés no quita lo valiente: también tienen que pasearse por el hecho de que Uzcátegui ganó las primarias y además es un joven valioso que ha trabajado por el municipio desde hace años, no un enemigo público y mucho menos, un delincuente. No merece que lo traten así.
Otro tanto sucede con Henrique Capriles. Que si abandonó, que si su protesta es débil, que si se rajó… incluso hay quienes han llegado a decir que “negoció con el gobierno” ¿Será que cada ladrón juzga por su condición? ¡Yo no puedo imaginarme de qué otra manera Capriles va a demostrar que literalmente “ha dejado el pellejo” en su causa, que es un hombre íntegro, que muy bien podía haberse quedado tranquilo en su gobernación y esperar tiempos mejores.
Es muy fácil criticar, vituperar, censurar. Sobre todo desde la comodidad de un sofá o desde el escritorio de una oficina con aire acondicionado. Todos parecen conocer las soluciones, pero pocos se integran a ser parte de ellas. Es poco usual que en Venezuela alguien tome una iniciativa, pero cuando lo hace, tiene una larguísima fila de críticos, censores y hasta acusadores.
Quiero recordar las sabias palabras del presidente estadounidense Theodore Roosevelt “no es el crítico el que cuenta, ni el hombre que señala cómo tropieza el hombre fuerte o dónde el hacedor de hechos pudo haberlo hecho mejor. El crédito pertenece al hombre que está realmente en la arena, cuyo rostro está desfigurado por el polvo y el sudor y la sangre, que se esfuerza valientemente, que yerra, que se queda corto una y otra vez (porque no hay esfuerzo sin error y deficiencia), pero que se esfuerza por realizar las obras. Aquél que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones, que se sobrepasa a sí mismo luchando por una causa que valga la pena. Aquel que en el mejor de los casos llega a conocer el triunfo al final de un gran logro, y que en el peor de ellos, si fracasa, al menos falló habiéndose atrevido a mucho, de modo que su lugar jamás estará con esas almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni la derrota “.
Quizás la evidencia más trágica que puedo pensar de esta situación sea lo que sucedió con Eduardo Fernández el 4 de febrero de 1992. Él, a sabiendas de que estaba en juego nada menos que su carrera hacia la presidencia de la república, hizo lo que un demócrata convencido tenía que haber hecho: se fue a Venevisión a apoyar al Presidente Pérez. A costa de su vida, porque salir en el medio de un golpe de estado no es precisamente un paseo. A costa de su popularidad, porque no era popular ponerse del lado de quien había perdido la suya. A costa de su comodidad, porque nadie le hubiera reprochado por no haber ido. Y pasó lo que ha pasado y sigue pasando: lo execraron, sin importar que era la persona mejor preparada para haber ejercido la primera magistratura de este país, a la vez que se endiosó a un militar golpista y fanfarrón.
Dicen que la Historia sirve para no tropezar dos veces en la misma piedra… en Venezuela, es todo lo contrario… ¿Será que nunca vamos a aprender a hacer las cosas de otra manera?
Aquí estamos, destrozando al país a punta de estupideces ¿“Autosuicidio”, desatino, despropósito? . . . ¡Somos una caterva de idiotas!
El artículo orginal se encuetra en la página del El Universal.